Un pinchonazo en internet cae tan mal como el de una llanta.
Un día de estos, sin darme cuenta, hice clic (o pinché, como dicen los españoles) en un sitio indebido y así se fue volando a todas mis direcciones una solicitud de amistad automática. Había caído en la red, para decirlo bien dicho. Instituciones frías y sin espacio para el diálogo, e incluso destinatarios inútiles que debía haber borrado, recibieron el mensaje.
Algunos amigos se sorprendieron, como aquella señora muy digna que me escribió: «Puede ser que no hayas sido tú quien me mandó esta solicitud. Será original, pero me da la idea que no es tu estilo [...]. No me entiendas mal, no soy de la opinión que sólo las “viejas” puedan interesarse por ti [...]». Valga la broma. Peor me fue con un señor muy serio cuya carta traduzco, también en parte: «¿Me enviaste tres emails en los que se me impele a unirme a una red llamada [X]. Llegaron a tu nombre [...] y creo que se trata de correo basura. Aunque no fuera así, no estoy dispuesto a entrar en esa red, pues mi tiempo es muy valioso». En suma, salí regañado.
Aunque estoy inscrito en un par de tales redes, no las visito casi nunca, más por falta de tiempo que por desinterés, aunque, si alguien pone un mensaje, me asomo a curiosear y a responder con el interés del caso. Como no soy diestro en el programa de marras, lo cual solo llega con la práctica, pasé inadvertido un truco: al aceptar una invitación y entrar, según me ocrrió, se abre la opción de una entrada a todas tus direcciones y, si no te das cuenta, el pinchonazo envía invitaciones ciegas a todas ellas, sin reparar en edad, sexo, amor o desamor.
No tengo prejuicios contra estas redes. Pueden ser interesantes y llenar necesidades de comunicación, sirven para compartir opiniones, fotografías e intereses. Lo curioso es que a veces pueden ser compulsivas en su diseño mismo o volverte compulsivo. Una de ellas, cuando te llega la invitación de alguien, añade este texto: ¿Qué diría fulanito si le dices que no? Te obliga a 'enredarte' a fuer de no ser descortés.
No podemos ignorarlo: la telemática ha cambiado el mundo y enhorabuena. Me queda un consejo: no pinchar en cualquier parte sin la discreción debida.
(La Nación, Pág. 15)
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